sábado, 15 de mayo de 2010

Jordi Sierra i Fabra: Cuento de Navidad

La presencia de Jaime en la entrada del salón, quieto, silencioso, hizo que sus padres dirigieran toda su atención hacia él.
Estaba muy serio.
—Yo creía que la Navidad se celebraba en todo el Universo —dijo.
Papá y mamá parpadearon. Jaime les tenía siempre alucinados. Apenas si alzaba dos palmos del suelo pero era inquietantemente lúcido, despierto, vivo, y con una imaginación...
Cuando preguntaba algo o se interesaba por un tema, era porque le estaba dando vueltas a la cabeza.
—Bueno... —carraspeó papá—. A fin de cuentas...
—Es una festividad de todo el mundo, sí —intentó ayudarlo mamá.
Jaime les dirigió una de sus miradas de “Vaya-pues-sí-que-ayudáis”. No se quedó nada convencido. Optó por dar media vuelta y volver a retirarse en silencio. Papá y mamá no supieron muy bien qué hacer.
—Está en la edad —mencionó él.
—Es increíble la de cosas que pregunta —suspiró ella.
Continuaron leyendo el periódico uno y arreglando los regalos de Navidad otra, bajo el gran árbol que dominaba el salón con su inequívoca presencia. La casa respiraba paz. Tanta, que dejaron de hacer lo que hacían, inquietos, llenos de paternal desazón, a los pocos instantes.
—Este último mes... —frunció el ceño mamá.
—Sí, desde que se inventó todo eso de los slu... slugr...
Primero, la palabreja no le salía. Pero a continuación se quedó mudo de pronto porque Jaime volvía a estar allí, en la puerta de la sala, con su misma carita seria y concentrada.
—Slurgis —le ayudó el aparecido.
—¡Oh, sí, claro! —sonrió él.
—Y no saben lo que es la Navidad.
Hubo un leve silencio.
—¿Qué? —preguntaron casi al unísono.
—Que los slurgis no saben lo que es la Navidad. En su planeta no la conocen. ¿No es asombroso?
—Vaya con los slugr... slurgs... slurgis —logró decir papá.
Jaime seguía serio, más aún, preocupado.
—Vosotros decís que nadie debe quedarse sin celebrar la Navidad, ¿verdad?
—Pues claro, hijo —dijo ella llena de dulzura.
—Es la fiesta más hermosa de todas las fiestas —aseguró él.
—Todo el mundo debe vivirla en paz y amor, con la familia o los amigos —concluyó su mamá.
—Siempre ha sido así —concluyó su papá.
—Vale —pareció aliviado Jaime—. ¿Puedo invitarles?
—¿A los...? —ya no intentaron decir el nombre.
—Por favor... —era algo más que una súplica, el tono se revestía de mucha intensidad emocional.
—Claro, Jaime —estuvo al quite mamá al ver su carita de pena—. Invítalos, hijo. Faltaría más.
El niño salió a la carrera, feliz.
—Que cosas se le ocurren —reflexionó su padre, impresionado.
—Seguro que nos sienta a la mesa a unos muñecos.
Continuaron con sus cosas, el periódico, los regalos de la familia. En alguna parte se escuchaba música. Villancicos, claro. Se respiraba el ambiente de paz y amor propio de las fechas.
Tanta paz...
—Voy a ver —mamá se dirigió a la puerta, incapaz de concentrarse.
—Te acompaño —la apoyó su esposo.
Para algo eran padres. Sentían una extraña desazón.
Abandonaron la sala, caminaron por el pasillo, entraron en la habitación de Jaime.
No estaba allí.
—El desván —indicó ella—. Estos últimos días se pasa el tiempo ahí arriba.
Subieron la escalerita, en silencio. Se oían unas voces curiosas. Asomaron la cabeza a ras de suelo, primero una, luego el otro. Ya no pudieron continuar la ascensión. Se quedaron paralizados.
En medio del lugar, apoyado sobre su base, vieron el platillo volante, no muy grande, como de medio metro de diámetro y abollado en un punto de su circunferencia. El agujero por el que parecía haberse colado quedaba justo a un lado de la pared. Y no era reciente.
Pero el platillo volante no era lo más sorprendente.
Lo más sorprendente era la pareja de bichos, o lo que fueran, que estaban sentados en el suelo, con unos cascos llenos de antenitas que vibraban y emitían ondas de colores. Medían poco menos de un palmo, tenían tres piernas y cinco manos, dos ojos y una boca enorme en relación a la cabeza. Eran incluso originales y cómicos. Por lo visto los cascos servían para traducir idiomas, porque su español era muy fluido.
—...así que los dos soles y las tres lunas de Slurgia son muy bonitos —decía uno de ellos en ese instante.
La presencia de los aparecidos no pasó desapercibida. Los extraterrestres dejaron de hablar. Jaime miró hacia sus padres. Nada se alteró en él. Ni siquiera le sorprendió verlos allí. Sonrió feliz y, con una enorme sonrisa, se limitó a decirles:
—Papá, mamá, ellos son slupif y slupan. Y no sabes lo contentos y emocionados que están de pasar su primera Navidad en la Tierra después de que les haya explicado su significado.
En lo primero que pensó su madre fue en si a los slu... lo que fuera, les gustaría el pollo.

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